Sanidad Para Ti

¿Es la sanidad para ti? ¿Manda Dios las enfermedades para probarnos? ¿Recibe Dios la gloria cuando soportamos las enfermedades? El tema de la sanidad es controversial para muchos. El hecho que algunos cristianos sufren físicamente año tras año, aún cuando aman al Señor, ha llevado a muchos a concluir que la sanidad es algo que solamente Dios en su soberanía puede otorgar a sus hijos cuando El quiera. Tal vez pensamos que el hombre pueda pedir la sanidad pero Dios no está obligado a sanar a nadie. Mientras existe la duda en nuestros corazones es imposible recibir “cosa alguna” del Señor (Santiago. 1:8). Pero, gracias a Dios, el nuevo pacto de Jesucristo ha establecido que la sanidad es para todos, y si vivimos según los principios del reino de Dios, la sanidad física es uno de los beneficios.




Una creación sin enfermedades


En el principio cuando Dios creó el mundo y puso el hombre en el huerto de Edén, no existían las enfermedades. De hecho, Dios declaró que todo lo que El había hecho “era bueno en gran manera”(Génesis 1:31). La raza humana, que fue creada a la imagen de Dios, no necesitaba aprender nada a través de las enfermedades y la muerte. Estas maldiciones no existían para “enseñar” al hombre algo o para “glorificar” al Señor. Dios delegó autoridad y dominio al hombre y su plan era que el hombre se multiplicase y llenase la tierra SIN ENFERMEDADES (Génesis 1:27-28).

Pero cuando el hombre pecó, desató el poder y la maldición de Satanás en el mundo y todos los hombres fueron condenados a la muerte. “Por la transgresión de uno solo reinó la muerte...” (Romanos 5:17). “Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres...” (Romanos 5:18). No solamente perdió el hombre su comunión con Dios, sino también perdió el poder físico para evitar la muerte. El cuerpo quedó condenado, y por su debilidad, quedó susceptible a las enfermedades que existían de parte del diablo para apresurar la muerte y esclavizar al hombre.



¿Qué piensa Dios de las enfermedades?


Sabemos que Jesús es el resplandor de la gloria de Dios, y la imagen misma de su sustancia (Hebreos 1:3). Jesús declaró que, “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14:9). Además, Jesús proclamó, “No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; por que todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente” (Juan 5:19). Así pues, es lícito concluir que el ministerio de Jesús refleje la mente y el corazón de Dios. Lo que piensa Jesús piensa el Padre, lo que dice Jesús dice el Padre, y lo que hace Jesús hace el Padre. Entonces, ¿qué piensa Dios de las enfermedades?


En Lucas capítulo 13, versículos 10-16, encontramos la historia de una mujer que había sufrido por dieciocho años con una enfermedad. Jesús declaró la enfermedad como ATADURA de satanás y una LIGADURA, y le sanó. En los cuatro evangelios vemos Jesús sanando a todos los que venían a El. No existe ni un caso en lo cual Jesús no sanó a una persona que le había buscado en fe. Además, había un caso cuando Jesús ni siquiera sabía quien le había tocado para recibir la sanidad. Sin embargo, lo que salió de El fue el poder para sanar a esta mujer, sin saber si ella lo “merecía” o no (Marcos 5:24-34). Hechos 10:38 declara, “como Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y cómo éste anduvo haciendo bienes y sanando a todos los OPRIMIDOS por el diablo, porque Dios estaba con él.” Entonces, Dios llama las enfermedades como ataduras, ligaduras y opresión.


Jesús jamás enfermó a alguien para enseñarle algo, y jamás dejó a alguien en su enfermedad para “la gloria de Dios.” De hecho, Dios siempre recibía la gloria a través de la sanidad de los enfermos. Las enfermedades representan la obra de satanás y existen para “robar, matar y destruir” (Juan 10:10). Jesús vino para deshacer (destruir) las obras del diablo (1 Juan. 3:8) y para darnos vida en abundancia (Juan 10:10).

Cuando pensamos en las enfermedades en la luz del Nuevo Testamento, es fácil ver que no existe ninguna bendición en la obra del diablo. Las enfermedades nos dejan incapaces de trabajar, sin dinero, y obligan a que la familia del enfermo haga un gran sacrifico. Además, el enfermo no puede seguir el plan de Dios para su vida, lo cual es “bueno, agradable y perfecto” (Romanos 12:2).

Aún las leyes de la sociedad nos enseñan que un padre que maltrata o abusa de su hijo merece el juicio y la cárcel. Es interesante como algunos cristianos piensan que el abuso de los niños es un crimen, pero piensan a la vez que Dios puede enfermar a SUS hijos y esta representa una bendición. ¿Dónde está la lógica y el sentido común?

Si las enfermedades representan la voluntad de Dios y si Dios quiere que estemos enfermos por alguna razón, entonces, ¿por qué gastamos tanto dinero en los médicos y en las drogas? Si Dios quiere que estemos enfermos, es rebeldía y desobediencia si buscamos la ayuda médica. No tenemos el derecho de huir de la voluntad de Dios. Si estamos enfermos por su gloria o por su voluntad, debemos quedarnos enfermos y morir, o tal vez, mejorar, pero SIN la ayuda de un doctor. De hecho, todos los doctores y los hospitales estarían luchando en contra de Dios si es Dios que usa las enfermedades para su gloria. No, hermanos, las enfermedades no provienen de Dios. El es el autor de la vida y se reveló a si mismo en el Antiguo Testamento como “Jehová tu Sanador.” Se reveló en el Nuevo Testamento como Dios en la carne, Jesucristo, y anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo. “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos ” (Hebreos 13:8).



¿En qué consiste la redención?

En la cruz de Jesús vemos que El no solamente llevó nuestros pecados sino también nuestras enfermedades (Isaías 53:4-5). Todo lo que el pecado de Adán había desatado en el mundo, la redención de Jesucristo destruyó (Colosenses 2:13-15). El hombre quedó redimido en espíritu, alma y cuerpo. David declara, “El es quien perdona todas tus iniquidades, El que sana todas tus dolencias” (Salmo 103:3). Obviamente, si el pecado es el problema y las enfermedades representan uno de sus resultados, cuando Dios eliminó el poder del pecado, las enfermedades a la vez perdieron su autoridad. Jesús dijo acerca del paralítico, “¿Qué es más fácil, decir: Tus pecados te son perdonados, o decir; Levántate y anda? Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados (dijo al paralítico): A ti te digo, Levántate, toma tu lecho, y vete a tu casa” (Lucas 5:23-24). Aquí podemos ver claramente el vínculo que existe entre el pecado y las enfermedades. La sanidad física es posible cuando el pecado queda perdonado. Es la misma redención, la misma sangre de Jesús y la misma fe que perdona y sana. No existen unas reglas para recibir el perdón y otras para recibir la sanidad. Es una sola redención y los beneficios se reciben por fe. Ese no quiere decir que cada enfermedad es siempre el resultado de un pecado personal, sino que el pecado que existe en el mundo es responsable por el ambiente de las enfermedades y la muerte. Jesús pagó el precio para perdonar Y SANAR a TODOS.



¿Para cuántos es la sanidad?

Para contestar la pregunta, hagamos otra pregunta. ¿Para cuántos es la salvación? ¿Murió Jesús para algunos o para todos? “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él” (Juan 3:16-17).


Obviamente, Dios quiere que todos sean salvos. El pagó el precio por todo el mundo y todos los que creen en El pueden recibir el regalo de la salvación. Pero ¿qué significa “salvación”? La palabra “salvación” en el griego frecuentemente es la palabra “sozo”, que significa “salvar, librar, proteger y sanar.” De hecho, en el Nuevo Testamento la palabra “sozo” se usa para hablar del perdón de los pecados Y LA SANDIDAD FISICA. Nuestra salvación es una salvación en todos los sentidos de la palabra.


“... Dios nuestro Salvador... quiere que todos los hombres sean salvos (sozo) y vengan al conocimiento de la verdad.” (1 Timoteo 2:3-4)

“quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero... y por cuya herida fuisteis sanados.” (1 Pedro 2:24)


Dios no quiere que sigamos viviendo en pecado para glorificarle, y no quiere que sigamos enfermos tampoco. El nos proveyó el poder para ser sanos en el mismo momento que nos proveyó el poder para ser salvos. La sanidad es para todos.



Como recibir la sanidad

Todas las cosas en el reino de Dios se reciben a través de la fe. La fe es por el oír la Palabra de Dios (Romanos 10:17) y creerla en el corazón. Si escuchamos la Palabra acerca del perdón de los pecados, tendremos fe para recibir el perdón de los pecados. Pero si nunca escuchamos lo que dice la Palabra acerca de la sanidad física no tendremos fe para recibirla. No debemos pensar que Dios no quiere sanarnos. Lo que no hemos entendido es que Dios ya nos sanó a través de la cruz. En la misma forma que recibimos el perdón de los pecados por fe, sin confiar en las emociones o los sentimientos, es necesario que recibamos la sanidad. Somos salvos porque creemos lo que dice la Palabra. Y somos sanados en la misma manera.


Alguien puede preguntar, si la sanidad es la voluntad de Dios, ¿por qué no todos están sanados? Para contestar la pregunta hagamos otra pregunta. ¿Por qué no todos reciben el perdón de los pecados y la salvación cuando escuchan el evangelio? Porque no existe fe en sus corazones. Han decidido no creer las buenas nuevas. Pero millones han recibido la salvación Y LA SANIDAD FISICA cuando creyeron la Palabra de Dios. Dios no hace excepción de personas. La redención de Jesucristo provee la sanidad para todos. “Conforme a vuestra fe os sea hecho” (Mateo 9:29).


Existen varias formas para recibir la sanidad. Por supuesto, la manera más segura es simplemente CREER que la sanidad es un derecho tuyo y DECLARAR que eres sano. “Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación” (Romanos 10:10). También existe la imposición de manos; “... sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán” (Marcos 16:18). Además, uno puede pedir la oración de fe de los ancianos de la iglesia. “¿ESTA ALGUNO ENFERMO entre vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia, y oren por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo...” (Santiago 5:14-15). También existen dones de sanidad en la iglesia (vea 1 Corintios 12:4-11). Y, finalmente, uno puede pedir y recibir la sanidad por fe. “Por tanto, os digo que TODO lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá” (Marcos 11:24).


La sanidad es para ti. Si creemos y actuamos según la Palabra de Dios, la verdad nos hará libres. Es tiempo que el cuerpo de Cristo sepa que las enfermedades no representan la obra de Dios en nuestras vidas sino la obra de Satanás. Es el resultado de vivir en un mundo caído y contaminado. Pero Dios nos ha dado su Palabra y el Espíritu Santo para vencer el poder del pecado y las enfermedades. Declaremos la victoria para que... “el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma Y CUERPO, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo” (1 Tesalonicenses 5:23).

DOS CARTAS EXTRAORDINARIAS

(Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza)

Rut fue a su buzón de correo y encontró una sola carta. Antes de abrirla, notó que no tenía ningún sello postal sino sólo su nombre y dirección. La carta decía: «Querida Rut: Voy a estar en tu barrio el sábado por la tarde y quisiera verte. Con amor eterno, Jesucristo.»

Las manos le temblaban mientras ponía la carta en la mesa. «¿Por qué deseará Dios visitarme si no soy nadie especial? Y no tengo nada que ofrecerle.» Recordó su despensa vacía y pensó: «Debo ir al supermercado y comprar algo para la cena.»

Rut tomó su cartera en la que tenía apenas cinco billetes, se puso el abrigo y salió corriendo. Compró un pan francés, media libra de jamón de pavo y una botella de leche. Se quedó con sólo doce centavos hasta el lunes. Pero se sentía satisfecha.

De vuelta a casa con su modesta compra bajo el brazo, escuchó una voz que le decía:

—Señorita, por favor, ¿puede ayudarnos?

Rut había estado tan absorta en sus planes para la cena que no había notado dos figuras acurrucadas en la acera: un hombre y una mujer, ambos vestidos de andrajos.

—Mire, señorita —insistió el hombre—, no tengo trabajo, y mi esposa y yo hemos estado viviendo en la calle. Estamos muertos de frío y de hambre. Si usted nos pudiera ayudar, se lo agradeceríamos mucho.

Rut los miró. Estaban sucios y apestaban. Si de veras querían trabajar, ya hubieran conseguido algún empleo.

—Señor, me gustaría ayudarlos, pero yo también soy pobre. No tengo más que un poco de pan y jamón. Es lo que pensaba darle de comer a un invitado especial que viene a cenar conmigo esta noche.

—Comprendo. Gracias de todos modos.

El hombre tomó del brazo a la mujer, y los dos se perdieron en el callejón. Al ver que se alejaban, Rut se sintió muy afligida.

—¡Señor, espere!

La pareja se detuvo, mientras ella se les acercaba corriendo.

—¿Por qué no toman esta comida? Puedo servirle otra cosa a mi invitado.

—¡Que Dios se lo pague! —exclamó la mujer, agradecida, visiblemente temblando de frío.

Rut se quitó el abrigo y le dijo:

—Yo tengo otro abrigo en casa; ¿por qué no se pone éste?

En el camino a la casa Rut estaba sonriendo a pesar de que ya no tenía su abrigo ni la comida que había comprado. Pero al acercarse a su puerta se puso a pensar en que ya no tenía nada que ofrecerle al Señor, y se sintió desanimada.

Cuando metió la llave en la cerradura, notó que había otro sobre en el buzón. «Qué raro —pensó—. El cartero nunca viene dos veces el mismo día.» Intrigada, tomó el sobre y lo abrió: «Querida Rut —decía—: Fue muy agradable verte de nuevo. Gracias por la comida y gracias también por el hermoso abrigo. Con amor eterno, Jesucristo.»1

Por Carlos Rey
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1 Mt 10:42; 25:34-46

UNA ROSA DE AMISTAD

Era en Estados Unidos durante la segunda guerra mundial, y era un botón de rosa lleno de vida, pugnando por abrirse y llegar al máximo de su belleza. La familia Ninomiya, familia japonesa, derramó lágrimas de gratitud.

Conrad Holster, vecino de la familia en las cercanías de San Francisco, California, la había cultivado para darles la bienvenida. Y no sólo había cultivado esa rosa, sino que había cuidado del vivero de los Ninomiya durante los cuatro años que habían pasado en el campo de concentración.

La familia japonesa había comprado tierras cerca de San Francisco. Junto con su vecino, Conrad Holster, un norteamericano, habían cultivado rosas. Cuando estalló la guerra, los japoneses fueron internados en campos de concentración. Conrad, el vecino, cuidó como propio el vivero de ellos.

Lo que hizo de esa rosa todo un símbolo es que floreció en el tiempo en que el Japón había bombardeado a Pearl Harbor, puerto de la ciudad de Honolulu, y la familia Ninomiya era una de muchas familias japonesas bajo sospecha, lamentablemente odiadas por los norteamericanos. Pero este vecino vio más allá de su raza, su cultura y su religión.

«La amistad —dijo alguien metafóricamente— es la rosa con que se enriquece nuestro pobre barro humano.» Y es que la amistad verdadera, cuando es pura y profunda, supera todas las diferencias que nos separan.

El proverbista Salomón expresó algo muy interesante acerca de la amistad: «En todo tiempo ama el amigo, y es como un hermano en tiempo de angustia» (Proverbios 17:17).

Si la amistad que decimos tener distingue entre uno y otro —entre un norteamericano y un japonés, entre un rico y un pobre, entre un letrado y un analfabeto, entre un católico y un protestante—, entonces no es amistad. El que ama sólo a los que están de su lado no tiene más que amor por conveniencia.

Jesucristo dijo: «Ustedes han oído que se dijo: “Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo.” Pero yo les digo: Amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen» (Mateo 5:43‑44). Si Cristo exige amor aun hacia el enemigo, ¡cuanto más hacia el que está separado de nosotros sólo por alguna diferencia de opinión!

Si nos falta amor —amor entre esposo y esposa, entre padre e hijo, entre un pueblo y otro, entre una religión y otra—, es porque no tenemos en nosotros el amor puro de Dios. No suframos más con odio. Cristo quiere cambiarnos con su amor.

EL ÚLTIMO ABISMO

El poema fue creación de un alma juvenil, confundida y traspasada de problemas. «Tinieblas —dice el primer verso—, vengan y llévenme al último abismo, donde el dolor y el odio, y la ira y la guerra, ya no queman más.»

Y siguiendo ese mismo tono, la poesía, compuesta de versos graves y tristes, termina con: «El amor ha llegado a ser mi enemigo; la amistad se ha vuelto burla; y la esperanza, mi prisión.» Así concluyó Elisabeth Garrison, de dieciséis años de edad, su poema. Su dolor, expresado en verso, explica el crimen que acababa de cometer. Elisabeth Garrison acababa de matar a su madre.

El alma del poeta se conmueve con las emociones más extremas. Ve la vida con ojos penetrantes, y reacciona de modo diferente al común entre los mortales.

Elisabeth no se llevaba bien con su madre. Las dos nunca se habían entendido, y a los dieciséis años de edad, en medio de la desesperación, Elisabeth mató a su madre. Inmediatamente después, todavía en su cuarto, la joven compuso esos versos. En ellos pedía que se le llevara al «abismo final, donde el dolor cesa. Porque —¡y qué expresión de una muchacha de apenas dieciséis años de edad!— el amor ha llegado a ser mi enemigo; la amistad se ha vuelto burla; y la esperanza, mi prisión.»

Ante esto nos preguntamos: ¿A qué profundidad de dolor, de desesperanza, habrá llegado la persona que dice que el amor es su enemigo, y que luego mata al ser más querido que tiene? Llegar a ese extremo es lo más desastroso que el ser humano pueda conocer. Y sin embargo hay muchas personas que han caído en ese abismo.

Cuando el dolor se vuelve insoportable, cuando la desesperación nos ahoga, ese es el momento de clamar: «¡Señor, te necesito; por favor, ayúdame!»

El salmista David sufrió, así también, sus momentos de angustia. Escuchemos uno de sus clamores: «¡Sálvame, Señor mi Dios, porque en ti busco refugio! ¡Líbrame de todos mis perseguidores! De lo contrario, me devorarán como leones; me despedazarán, y no habrá quien me libre.» Con esa ansiedad comienza David el Salmo 7, pero concluye con optimismo: «Mi escudo está en Dios, que salva a los de corazón recto... ¡Alabaré al Señor por su justicia! ¡Al nombre del Señor altísimo cantaré salmos!»

Aprendamos del salmista que siempre podemos encontrar refugio en Dios. Cuando todo en esta vida nos consume, siempre queda Dios. Y con tal que lo busquemos con toda sinceridad, Él siempre nos responderá. Pongamos nuestra confianza en Dios. Él jamás nos defraudará.

ME TRAICIONÓ MI MEJOR AMIGO

El perro, un pastor alemán, gruñó amenazante. Bajó la mandíbula y mostró sus caninos. Luego se echó, inmóvil, y clavó la mirada en los intrusos. Eran policías de Sicilia, Italia, y ellos consideraron extraña esa reacción del animal.

Sospechando algo, inmovilizaron al perro y descubrieron que se había echado sobre una pequeña puerta trampa. Era la entrada al refugio secreto de Giuseppe Pulvirenti, el segundo jefe de la mafia siciliana, que llevaba prófugo diez años. La acción del perro descubrió al prófugo.

«Me traicionó mi mejor amigo» fueron, después, las palabras de Giuseppe.

«Me traicionó mi mejor amigo.» ¡Qué palabras trágicas! No puede haber mayor dolor que ser traicionado por un amigo. Muchos han llegado al extremo de contemplar el suicidio por la traición de un amigo. Y sin embargo, ¿quiénes son los que más nos traicionan a nosotros? Somos nosotros mismos.

Un hombre llevaba una vida muy descuidada. Era deshonesto. No hacía sus negocios con integridad. Ganaba mucho pero con engaño. Y era descuidado en pagar sus deudas. Quizá pensó que nadie lo descubriría. O quizá se acostumbró tanto a la deshonra que ni cuenta se daba de su impudencia.

Un día se le ofreció la oportunidad de comprar una propiedad. Tenía más que suficiente para la cuota inicial, así que comenzó el trámite. Pero cuando la casa de préstamos hizo un análisis de sus cuentas, le negó el crédito. Él resultó ser su propio traidor. Bien pudo haber dicho: «Me traicionó mi mejor amigo.»

La única manera de salvarnos de nuestra propia traición es vivir en total y absoluta integridad. Eso quiere decir nunca mentir, nunca robar, nunca engañar, nunca ser deshonesto, nunca quebrantar ninguna ley. Y si algún día falláramos en uno de estos puntos, lo confesaríamos de inmediato. Sólo así podemos estar seguros de nunca ser nuestro propio traidor.

Todos podemos llevar una vida tal si vivimos según las normas morales de Dios. El día en que todo el mundo viva conforme al Decálogo de Moisés, sin nunca quebrantar ninguno de sus mandamientos, habrá paz en el mundo. Mientras eso no ocurra, no habrá paz.

Sin embargo, esa paz puede ser nuestra si le damos entrada a Dios en nuestro corazón. Esa, por cierto, es la fórmula para evitar traicionarnos a nosotros mismos. No nos sigamos traicionando. Seamos más bien nuestro mejor amigo al hacernos amigos de Dios. Él nos espera con brazos abiertos. Seamos cada uno nuestro mejor amigo.

PADRES SIN NIÑOS Y NIÑOS SIN PADRES

Eran cinco parejas suecas. Cinco parejas de matrimonios jóvenes. Cinco parejas que, a pesar de provenir de distintos lugares y distintas capas sociales, llevaban un mismo rumbo y los guiaba una misma intención.
Estas cinco parejas de matrimonios sin hijos iban para Colombia, en un vuelo de Avianca, a fin de adoptar como hijos a cinco niños colombianos. Era pura casualidad que las cinco parejas tomaran el mismo vuelo. Cada pareja había esperado tres años para que llegara el ansiado momento.
Pero el destino dispuso otra cosa. El avión de Avianca se estrelló en las afueras del aeropuerto de Madrid el domingo 27 de noviembre de 1983. Las cinco parejas murieron en el accidente. Ellas quedaron para siempre sin hijos. Y cinco niños colombianos quedaron sin padres.
La vida está llena de planteos sin solución y de preguntas sin respuesta. Uno podría pensar: si estas cinco parejas de matrimonios jóvenes, ansiando tener un hijo adoptivo, hacían el sacrificio de volar de Suecia a Colombia, de invertir grandes sumas de dinero y de abrir su corazón generosamente a un niño extraño, ¿no debieron haber tenido un final mejor?
¿Por qué tuvieron que tomar precisamente ese avión fatal? ¿Por qué tuvieron que escoger precisamente ese día para volar, pudiendo volar en cualquier otro? ¿Por qué no adoptaron niños de Suecia, que hay muchos, y les habría salido más económico y más fácil, y no ir a buscar niños a Colombia, haciendo un viaje tan largo y con el resultado que tuvieron?
Podemos multiplicar los interrogantes hasta el infinito. Podemos dibujar un gesto amargo en la boca y protestar contra Dios, que es contra quien casi siempre protestamos. Aun podemos musitar una blasfemia.
Sin embargo, ninguna de esas reacciones demostraría sabiduría. No vale la pena enojarse contra hechos cuya razón profunda escapa a nuestros sentidos. Hay hechos incomprensibles, es cierto; hay sucesos que nos parecen terriblemente injustos, es verdad. Pero por encima de todas estas complejidades ingobernables de la vida, hay siempre un Dios de orden y justicia, y Él sabe por qué permite lo que permite.
La fe en un Dios que es Padre bondadoso nos ayuda, si no a entender el porqué de todas las desgracias que nos ocurren, a hallar la resignación, la fortaleza y el estímulo necesarios para seguir adelante. Más vale que invoquemos a Cristo en el momento de dolor incomprensible.

«QUIERO LO MEJOR PARA MI HIJO»

En este mensaje tratamos el siguiente caso de una mujer que «descargó su conciencia» de manera anónima en nuestro sitio www.conciencia.net, autorizándonos a que la citáramos:
«Hace dos años empecé mi noviazgo con un muchacho de mi escuela. Mis papás no lo aprobaron, pero aun así yo seguí con él a escondidas. El último año él se enoja demasiado y se desquita conmigo.... Hace dos meses y medio, me enteré de que estoy embarazada de él. Cuando le conté, se puso mal: no quería que tuviera al bebé....
»Mis papás ya saben de esto y me apoyan. Mi novio se quiere casar conmigo, pero me siento insegura de casarme por su manera de tratarme. A veces siento que me maltrata psicológicamente.... Aparte me siento muy mal porque le fallé a mis papás, y no sé si Dios perdone estos errores de mi vida que son muy grandes. Siento un peso en mis hombros muy grande, pero quiero lo mejor para mi hijo.
»¿Qué [debo] hacer: casarme, vivir con mis papás?... ¡Por favor, ayúdenme!»
Este es el consejo que le dimos:
«Estimada amiga:
»Reconocemos que usted se encuentra en una situación difícil y que necesita tomar algunas decisiones cuanto antes. Sin embargo, no permita que esa situación la lleve a tomar una decisión que lamentará el resto de su vida.
»Por lo general, al niño le conviene tener a una madre y a un padre en el hogar. Pero cuando uno de los dos es emocionalmente inestable, tal como usted ha descrito a su novio, es muchísimo mejor que usted y su bebé no se conviertan en prisioneros de sus arranques de ira y de la posible violencia que pudiera resultar a medida que se intensifica su enojo....
»Su corazón le dice una cosa, pero su cerebro le dice otra diferente. Su corazón le dice que usted ama a su novio, pero su cerebro comprende cómo los arranques de ira de su novio la afectan a usted y afectan la relación que tienen ustedes dos, y le susurra al oído que en la vida que llevaría con él habría constantes ataques de furia y posible violencia. Eso no es lo que usted quiere para su criatura ni para usted tampoco.
»Usted tiene la gran bendición de tener padres que están dispuestos a ayudarla y que están en condiciones de hacerlo. A pesar de que usted optó por hacer caso omiso de sus consejos, ellos ahora quieren olvidar el pasado y solamente les interesa el bienestar suyo y el del nieto o de la nieta que viene en camino. Así es el perdón que también ofrece Dios.
»Dios nos ha dado pautas para nuestro propio bien que se encuentran en la Biblia. Pero a menudo no tomamos en cuenta esas pautas, así como usted no tomó en cuenta la desconfianza que sus padres le tenían a su novio. Ahora puede ver fácilmente que ellos tenían la razón desde el principio, y que usted debió haberles hecho caso. Sucede lo mismo con Dios. Con frecuencia, no es sino hasta que ya hemos tomado decisiones equivocadas y estamos sufriendo consecuencias indeseables que estamos al fin dispuestos a aprovechar su ayuda. Gracias a Dios, Él está tan dispuesto a perdonarla y a apoyarla a usted como lo han estado sus padres....
»Que Dios la guíe y la proteja,
»Linda y Carlos Rey.»
El consejo completo, que por falta de espacio no pudimos incluir en esta edición, se puede leer si se pulsa el enlace en www.conciencia.net que dice: «Caso de la semana», y luego el enlace que dice: «Caso 49».